Grupo Capital: filosofía, criterio y rentabilidad compuesta
Cuando se habla de inversiones en la bolsa de valores, la conversación suele centrarse en instrumentos como acciones, bonos o notas del tesoro. Si bien existen múltiples estrategias legítimas para obtener rentabilidad con ellos, quienes prometen ganancias extraordinarias en el corto plazo suelen ser operadores —traders o banqueros de inversión— cuyo modelo de negocio se basa en cobrar comisiones por cada transacción, sin importar el resultado. En otras palabras, sus incentivos no están alineados con el éxito del inversionista: ganan por mover el dinero, no por hacerlo crecer.
El desenlace es predecible: miles de personas operando frenéticamente, tratando de anticipar movimientos del mercado, mientras sus gestores cobran sin asumir riesgo alguno. Este fenómeno, impulsado por la lógica especulativa de Wall Street, genera un exceso de ruido en los mercados: precios que fluctúan más por emociones humanas que por fundamentos reales.
En ese entorno emocional, el inversionista promedio cae fácilmente en trampas psicológicas. Cuando el precio de su activo baja, el miedo lo impulsa a vender con pérdidas; y cuando sube, el entusiasmo lo lleva a comprar sin criterio, aun cuando el precio sea excesivo. Todo esto ocurre sin que se evalúe rigurosamente la rentabilidad esperada de la inversión en un período determinado, ni se aplique una lógica de interés compuesto para justificar el precio pagado.
Como resultado, muchos terminan comprando en la cima de una tendencia, solo para ver cómo su inversión se reduce desde el primer día. Todo por seguir la moda del momento, sin un análisis racional que respalde la decisión.
En Grupo Capital no vemos las acciones como simples fichas de compra y venta en un tablero especulativo. Para nosotros, cada acción representa una fracción real de propiedad en una empresa. Invertir significa convertirnos en socios —no en apostadores— de modelos de negocio sólidos, con visión de largo plazo. Nuestro objetivo no es anticipar precios, sino identificar compañías capaces de crear valor económico genuino de forma sostenida. Por eso, antes de aportar capital, nos enfocamos en comprender a fondo el funcionamiento del negocio, su lógica operativa, su ventaja competitiva y su capacidad de generar beneficios sostenibles que, eventualmente, se traduzcan en retornos crecientes para sus verdaderos dueños: los accionistas.
Inspirados por años de estudio de referentes como Warren Buffett y Charlie Munger, comprendimos que jamás compraríamos “acciones” como piezas desconectadas del negocio subyacente. Solo invertimos en empresas extraordinarias, con modelos robustos, ventajas competitivas sostenibles y una cultura operativa disciplinada, para que nuestra inversión crezca junto a ellas a lo largo del tiempo, apalancada en la fuerza del interés compuesto.
Desde esta perspectiva, cuando analizamos una oportunidad de inversión, no partimos del precio de mercado.
Primero estudiamos la naturaleza del negocio: cuál es su propuesta de valor, qué ventaja competitiva posee frente a otros oferentes de su sector, quiénes son sus competidores y cómo podría evolucionar su modelo a lo largo de las próximas décadas. Un negocio verdaderamente excepcional debería tener la capacidad de seguir existiendo —y prosperando— dentro de 50 o incluso 100 años.
Asimismo, evaluamos con rigor al equipo directivo: quiénes son las personas detrás de las decisiones estratégicas, cuál es su experiencia, cuánto tiempo llevan en la empresa y en la industria, y si sus valores están alineados con nuestra visión del mundo y de los negocios.
Una vez comprendido el negocio desde sus fundamentos cualitativos, estudiamos su desempeño histórico. Analizamos al menos los últimos 10 años de resultados financieros para identificar si existe un crecimiento sostenido, estancamiento o deterioro estructural. Si observamos un año atípico con resultados negativos, profundizamos en sus causas para entender si se trató de una situación puntual y corregible, o si fue una señal de pérdida de ventaja competitiva.
Después de este análisis cualitativo y cuantitativo, entramos en el terreno más crítico: determinar el valor real de la participación que estamos adquiriendo. Una acción es, técnicamente, un instrumento de renta variable. A diferencia de un bono —instrumento de renta fija— que al momento de adquirirlo ya establece con claridad el rendimiento a recibir mediante un cupón, las acciones también tienen un “cupón”, pero oculto. Es responsabilidad del inversor descubrirlo.
Si hacemos este trabajo correctamente, podemos proyectar con realismo qué retorno podríamos obtener sobre nuestro capital en un período determinado. Una manera inicial de estimarlo consiste en tomar las ganancias por acción (EPS) y dividirlas entre el precio de cotización actual de la acción. El resultado es una rentabilidad inicial —earnings yield— que nos da una referencia del rendimiento que estamos comprando hoy, como si se tratara de un bono.
Sin embargo, más allá de ese cálculo superficial, si entendemos que estamos comprando una participación en una empresa —no un simple activo financiero—, entonces también comprendemos que esas ganancias por acción representan beneficios reales para nosotros como socios. Si logramos entender cuál ha sido su crecimiento histórico sostenido, y alineamos ese análisis con nuestra perspectiva sobre la evolución futura del negocio y su posición competitiva, entonces podemos proyectar sus beneficios a 10 o 15 años, o al horizonte en el que deseemos mantener nuestra participación. Esa proyección nos permite estimar con mayor precisión el valor económico que obtendríamos como socios en ese plazo. Una vez proyectado ese valor, simplemente lo descontamos al presente para determinar cuál sería un precio razonable —y prudente— a pagar hoy por esa participación.
En Grupo Capital no compramos modas. Donde otros ven precios, nosotros vemos valor.
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Ricardo Enrique Ramos D'Agostino
Presidente Ejecutivo - Grupo Capital